Días después



"Puedo estar de acuerdo en la poca sensibilidad que demuestra en este libro Pardo hacia la irrupción de lo inesperado, esa fuerza revulsiva del acontecimiento que irrumpe en la Historia y la trastorna, la desgarra. Acepto que su discurso parezca poner una confianza ciega en lo cívico, lo aburrido-político, el estado de cosas. Y que el estado de cosas sea inaguantable. Al fin y al cabo, la Filosofía, esa dama a la que tanto se refirió Ignacio el otro día, se presenta justo en el momento en el que más seguros estamos, cuando creíamos que nos hallábamos todos de acuerdo y que ya sólo quedaba entonar un peán. De pronto Alcibíades, tan bello, entra por la puerta borracho y con un séquito de flautistas y bailaoras, y nos quita el sentío. ¡Qué curioso! ¡Nunca se cita a Platón cuando se habla del acontecimiento! ¡El griego que no escribe de otra cosa! ¡El griego al que no entiende nadie, porque no habla de otra cosa! En cambio, citamos siempre con clarines a Nietzsche, que se pronuncia siempre con la misma seguridad que el Papa, y que mola a los adolescentes porque le entienden, o sea, porque les dice lo que quieren oír, algo crucial cuando uno está buscando un camino en la vida y un lugar en el Cosmos. No estoy del todo de acuerdo con que ni los españoles en general ni Pardo en particular hayan sido reacios a la Filosofía, entendida ésta como un pensar el acontecimiento. El pensamiento español, que en sus mejores momentos, es cierto, ha sido más estético que conceptual, en la novela, en el teatro, en la pintura, no ha dejado nunca de abrirnos ventanas a la irrupción de lo Otro. En el caso de Pardo nadie se puede quejar, porque tiene mucho escrito a propósito y, además, al modo filosófico, esto es, conceptualmente, como diría Deleuze (lecturas que si a alguien le interesan propongo en la bibliografía adjunta).

    La fidelidad al acontecimiento, esa disposición tan de Badiou, nos obliga a preguntarnos: ¿los acontecimientos que se nos proclaman son tales? Esta es la pregunta de Pardo. Por fidelidad, no por rechazo.
    ¿Es un acontecimiento verdaderamente la proliferación de populismos que nos vienen a traer una amplificación lúgubre de la “voz del pueblo”, esa voz a la que le han hurtado desde el inicio, como diría García Calvo, todas las posibilidades para que sea palabra de lo común? ¿Se puede tragar alguien como un “acontecimiento” las soflamas de Echenique sobre el “derecho a decidir”?
  ¿Es un acontecimiento verdaderamente el nacionalismo de alcaldes paniaguados en Bruselas llamando al somatén?
    ¿Es un acontecimiento el soberano de Schmitt, el soberano legitimado por un poder sagrado y que puede llamar a la guerra, esa enésima versión de Felipe II? ¿Se puede llegar a pensar que con ese concepto se nos está ofreciendo una ruptura con el estado de cosas o simplemente su legitimación en los momentos más viles?
    ¿No se atreve Pardo a hacer algo muy mal visto por los espíritus comprometidos (así no te invitan a ningún sitio) pero que nos resulta perentorio, a pesar de su frecuente remisión a una democracia que podríamos criticar hasta la náusea (y él también)? ¿El decirnos que los acontecimientos que supuestamente vienen a despertarnos del tedio rezuman el tufo rancio de la vieja Historia? ¿Que el acontecer es otro?

   ¿No es acaso el acontecimiento más revolucionario, más impensable actualmente la sensatez? Ulises cubre con cera sus oídos para protegerse del seductor reclamo de las sirenas. A veces lo que ocurre es la muerte. Y la vida lo sabe, y lucha contra ella. En el “soberano” de Carl Schmitt no irrumpe lo nuevo que rompe el surco de la Historia y que trae una promesa de libertad, de aire fresco. En el “soberano” de Schmitt lo que nos viene, otra vez, son diez mil atenienses llamando a la puerta y gritando: "¡Ríndete o muere!".
    El acontecimiento “Alcibíades” resultó al final un bluf. Un traidor, un imbécil, un hombre feo. Uno de tantos."
    (Antonio Sánchez).

Bibliografía:
1.      “Secularización y mesianismo. El pensamiento político de Jacob Taubes”, de Alfonso Galindo Hervás, Universidad de Murcia (enlace).
2.      El mismo Hervias escribe luego sobe Agamben, Schmitt, Benjamin y Taubes, en “Mesianismo impolítico”, Universidad de Murcia, (enlace).
3.      Artículo sobre “Teología Política” de Dalmacio Negro Pavón, Universidad Complutense (enlace).
4.      “Teoría del partisano”, de Carl Scmitt (enlace).


    Todo ello gracias a la generosidad de nuestro komprometido kamarada Eusebio, que nos trae a propósito de la "indignación" los siguientes retazos:

   Santiago Alba Rico, en “Ser o no ser (un cuerpo)”: “el que se indigna se cree justo” y siente, además “un enorme placer en sentirse justo y, por tanto, en indignarse”. En este bucle en el que cualquiera puede convertirse en “justiciero”, Alba Rico cree que “se han abierto dos vertientes: una positiva, resultado de una crisis institucional, como fue el 15-M, en la que una indignación colectiva puede ser matriz de cambios y de una nueva conciencia, y una segunda que fomenta que nos pasemos el día aplicando sentencias sumarísimas, como si viviéramos en un estado de guerra permanente”. Matando al otro por no ser como nosotros. “El problema llega cuando la indignación se fragmenta y se individualiza”, o aparecen los colectivos... “Lo propio de las guerras es que, mientras duran, se suspenden las garantías procesales que suelen conducir al fusilamiento del acusado. Estamos constantemente fusilando a todo el mundo, con el placer de sentirnos justos allí donde no podemos hacer otra cosa que indignarnos”.

   Eloy Fernández Porta apunta que la indignación “hace hablar bien”. “El indignado se vuelve locuaz, elocuente, se hace escuchar llevado por la ira, encuentra de pronto en su vocabulario términos que no suele usar y formas sintácticas que no se le habían oído antes”. “Según la teoría clásica de la argumentación, la indignatio tiene el propósito de conmover a los oyentes para que simpaticen con la indignación del orador, detestando, como él, a sus adversarios y sintiendo desdén por los actos que él mismo desdeña. En la Grecia clásica, sólo Aristóteles defendió el valor oratorio de la indignación, porque el código argumentativo imponía dejar fuera del discurso los factores emotivos y pasionales para atenerse a los hechos”.

    Para los griegos la indignación es emoción. No sirve.

  “Todos nos indignamos por algo. Por lo que hacen el Gobierno, los jóvenes, los medios, la economía, la Iglesia, los yihadistas, los pedófilos... Cada quien tiene su dosis de indignación que defecar y, ahora, las letrinas más populares tienen paredes transparentes: se llaman redes sociales. Hoy, indiferencia e indignación van de la mano, se sostienen la una a la otra. La primera sirve para sobrevivir al fracaso de los sueños colectivos. La segunda, para no cargar con la responsabilidad o complicidad de ese fracaso...”.

    Y es que hasta para quejarse hay que saber... A los abogados antes nos enseñaban eso, ahora ya casi que tampoco… “Sólo los gestos cotidianos de una mayoría silenciosa y no las palabras memorables de una minoría habladora”, permanentemente indignada, “pueden renovar una ética y una política adecuada a los desafíos de esta época”.

Recomendaciones:
  • Carl Schmitt, "Teología política"
  • Jacob Taubes, "Del culto a la cultura", "La teología política de Pablo"
  • Leo Strauss, "¿Qué es filosofía política?"
    • Heinrich Meier, "Leo Strauss y el problema teológico-político"
    • Stéphane Moses, "El Eros y la Ley"
    • Eric Voegelin, "La nueva ciencia de la política"
    • Hans Kelsen, "¿Una nueva ciencia de la política? Réplica a Eric Voegelin"
    • Martha C. Nussbaum, "El ocultamiento de lo humano. Repugnancia, vergüenza y ley"
    • José Luis Pardo, "La intimidad", "Las formas de la exterioridad", "La banalidad", "La metafísica", "Políticas de la intimidad"



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